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Autoconcepto y Trauma: El Efecto del Doble Vínculo Relacional

El autoconcepto es una construcción psicológica fundamental que se forma desde los primeros años de vida y tiene un impacto duradero en el desarrollo personal y social. La forma en que nos vemos a nosotros/as mismos/as está profundamente influenciada por nuestras experiencias tempranas con las figuras de apego.

Cuando las personas encargadas de nuestra protección y cuidado son las que nos dañan, el doble vínculo relacional que se establece y cronifica dañará profundamente nuestro sentido básico de identidad, seguridad y confianza, interfiriendo gravemente en nuestra capacidad de aprender estrategias de autoprotección, lo cual impedirá que podamos desarrollar la creencia de ser capaces de autoprotegernos frente al estrés, el miedo y el abandono y explicará que asumamos que el daño se ha producido debido a nuestras carencias y deficiencias.

En 1976, Seligman y Maier desarrollaron la Teoría de la Indefensión Aprendida, esta explica por qué las conductas de indefensión se desarrollan, sólo, cuando el cerebro no tiene esperanza de escapar del terror.

Seligman basó su teoría en el experimento que realizó en la Universidad de Colorado junto a Maier, en él, administraban reiteradas “descargas eléctricas ineludibles” a un grupo de perros encerrados en jaulas y, tras varios ciclos de descargas administradas aleatoriamente, les abrían las puertas de las jaulas, mientras les aplicaban nuevas descargas. Este grupo de perros que habían recibido descargas sin posibilidad de escapar de ellas, permanecieron gimiendo sin intentar salir de la jaula, cuando, finalmente, se les abrió la puerta que les permitía ponerse en libertad y escapar así del dolor y el terror. Paralelamente, utilizaron otro grupo control de perros, al que no administraron descargas y comprobaron que, cuando abrían las puertas de sus jaulas, sí escapaban inmediatamente.

La conclusión a la que llegaron fue que la mera oportunidad de escapar del terror no hace que los animales o las personas traumatizados tomen necesariamente el camino hacia la libertad, sino que, cuando quedan expuestos a un dolor terrible del que perciben que no pueden escapar quedan atrapados o inmovilizados, incapaces de actuar para evitar lo inevitable y, simplemente, se rinden, permaneciendo, en un estado crónico de agitación y colapso extremos, bloqueados en el miedo que ya conocen e incapaces de volver a un estado de homeostasis cerebral.

Posteriormente, la Teoría Reformulada de la Indefensión Aprendida, de Abramson, Seligman y Teasdale (2000) explica cómo, cuando la persona percibe que una situación conectada con un suceso altamente deseable o aversivo es incontrolable, busca una explicación sobre la causa de dicha incontrolabilidad y que, cuando la atribuye a factores propios internos, estables y globales, su autoestima resulta gravemente dañada, asumiendo la expectativa de incontrolabilidad para situaciones futuras.

Esta forma de vulnerabilidad cognitiva adquirida explica la atribución que realizan las víctimas de TEPTC de los sucesos traumáticos a causas internas, lo cual ha instalado el miedo y vergüenza como patrones de funcionamiento principales, junto con sentimientos de auto desprecio y de rendición a la indefensión.

Este patrón de desvalorización e indefensión queda también ampliamente recogido en la Teoría del Vínculo Traumático, desarrollada por Dutton y Painter (1981), en la que, a partir de estudios realizados con mujeres víctimas de relaciones abusivas, constataron que el vínculo relacional entre víctima y perpetrador se desarrollaba a partir de dos características:

  1. Desequilibrio de poder: En la relación, una de las partes se siente en inferioridad de condiciones y la otra es la que ostenta el poder. En la medida en que se mantiene y aumenta esta relación desigual, se genera un empobrecimiento de la autoestima de la víctima, una autovaloración negativa y una sensación de necesidad respecto a la figura dominadora, lo que puede generar un fuerte vínculo afectivo en la víctima hacia la/s persona/s dominante/s.
  2. Intermitencia del abuso: La alternancia entre el buen y el mal trato se produce porque el/los maltratador/es maltrata/n periódicamente con amenazas, insultos, abusos verbales y/o físicos y psíquicos y, posteriormente, se comporta/n de manera amable e, incluso, con muestras de afecto, lo cual provoca que las víctimas oscilen en ciclos alternados de excitación aversiva/negativa con otros de alivio/liberación respecto al abusador/a.

Como refiere Robles (2012), se constata que el perpetrador se convierte en la persona de mayor poder para la víctima, la cual desarrolla un apego patológico de extremada dependencia emocional en el que considera a la persona que ejerce el abuso, fuente de consuelo y humillación simultáneamente.

Para poder sobrevivir en la relación, la víctima anticipa los deseos y expectativas del agresor y los hace propios, anulándose a sí misma, desconectándose de sus propios sentimientos, como una manera de adaptarse y lograr controlar la amenaza. Así, la víctima renuncia a sus sentimientos y necesidades, para asimilarse a una imagen que se adecua a la mente de su agresor, como una manera de protegerse (Frankel, 2002).

La Traumatización Relacional, por tanto, provoca que se mantengan ciertos mecanismos psicológicos y comportamentales adaptativos para la víctima que explican, a su vez, por qué no puede enfrentarse al agresor, detener el abuso o escapar de él, buscar ayuda, denunciar, etc.

Dicha traumatización también explica alteraciones cognitivas en las víctimas que las mantienen en la creencia de que el maltrato o el abuso son resultado de la propia culpa y que rechacen incluso, la ayuda que le ofrezcan familiares o su red social.

Comprender todo esto es crucial para poder ofrecer el apoyo adecuado a las víctimas. La indefensión aprendida y los vínculos traumáticos son fenómenos que no sólo explican la pasividad y la dependencia emocional de las víctimas, sino que también subrayan la necesidad de intervenciones terapéuticas que puedan restaurar su sentido de identidad, seguridad y autonomía, permitiéndoles avanzar hacia un camino donde recuperar su bienestar psicológico y emocional.


BIBLIOGRAFIA:

Dutton, D. G., y Painter, S. L (1981). Traumatic bonding: The development of emotional attachment in battered women and other relationships of intermittent abuse. Victimology: An International Journal, 6, 139-155.

Frankel, J. (2002). Exploring Ferenczi’s concept of identification with the aggressor. Its role in trauma, everyday life, and the therapeutic relationship. Psychoanalytic Dialogues, 12 (1),101-139.

Maier, S. F y Seligman, M.E. (1976) «Learned Helplessness: Theory and Evidence», Journal of Experimental Psychology: General 105, no 1.

Robles, C. C. (2012). Traumatización relacional compleja: Una noción útil en la comprensión del funcionamiento de mujeres víctimas de violencia doméstica. Revista Argentina de Clínica Psicológica, 21(1), 65-73

Teasdale J.D., Segal Z.V., Williams J.M., Ridgeway V.A., Soulsby J.M., Lau MA. (2000). Prevention of relapse/recurrence in major depression by mindfulness-based cognitive therapy. J Consult Clin Psychol. 2000 Aug;68(4):615-23. doi: 10.1037//0022-006x.68.4.615. PMID: 10965637


Autoras:

Elena Hernández  (psicóloga colegiada 23300) en colaboración con Cristina Pallares (psicóloga colegiada 31962)

El papel del apego en el desarrollo humano y en el TEPTC

Desde el nacimiento, los seres humanos establecen vínculos afectivos con sus cuidadores primarios, lo que influye profundamente en su desarrollo emocional, cognitivo y relacional. Este vínculo recibe el nombre de apego.

“Nos referimos al apego como el vínculo afectivo que se genera entre los bebés y sus cuidadores a lo largo de las interacciones (…) constituyendo un estado psicofisiológico y emocional interno que afecta al neurodesarrollo y que se activa en situaciones de dolor, fatiga, miedo o baja accesibilidad o responsividad de la figura de apego”

(Bowlby 1969, citado en Van der Kolk, 2015).

La Teoría del Apego, iniciada por el psiquiatra John Bowlby, explica la influencia que tienen las tempranas relaciones con las figuras de amor en el desarrollo de la personalidad y, en algunos casos, en el origen de la psicopatología.

El comportamiento de apego es aquel que tiene como objetivo conseguir o mantener la proximidad de otra persona que se considera más fuerte o capaz. Dicho comportamiento se inicia con las primeras interacciones del bebé con las figuras de protección y cuidado, las cuales determinarán su capacidad posterior para establecer vínculos afectivos (Bowlby, 2008).

Para un desarrollo armonioso de la personalidad es importante que el bebé pueda confiar en sus figuras de apego y que éstas sean capaces de contenerlo y protegerlo, a la vez que animarlo a explorar el entorno con confianza. La interacción que se establezca entre cuidadores y bebé explicará la calidad del vínculo y el tipo de apego que éste desarrolle.

La manera cómo las figuras de apego atienden las necesidades del bebé contribuye a determinar su desarrollo cerebral, psicológico y relacional y estructura sus creencias acerca del yo, del entorno y de cómo se relaciona con él, por ello, el patrón de apego a través del cual éste se relacione actuará como un factor importante de protección o vulnerabilidad frente al trauma que deberá ser tenido en cuenta en la evaluación de la sintomatología y de los patrones relacionales en casos de TEPTC.

Para que sea posible un correcto desarrollo cerebral, es necesario haber crecido en un entorno con figuras de apego que hayan permanecido presentes física y emocionalmente en la crianza, aportado sentido a su conducta, entendiéndola y conectándola con sus emociones. Esto permitirá desarrollar un sentido de confianza básica en el mundo, sentimientos de autovaloración y adecuadas capacidades para reconocer y prevenir el peligro y predecir y distinguir entre situaciones potencialmente seguras e inseguras.

Veamos de forma resumida los principales estilos de apego, para identificar su relevancia en el posible desarrollo del TEPTC (Van der Kolk, 2015):

  1. APEGO ORGANIZADO:

– SEGURO: Se expresa en personas cuyas relaciones con las figuras de apego se han mantenido reguladas emocionalmente y éstas se han mostrado accesibles, próximas y fiables, mostrando sensibilidad hacia las necesidades del bebé y promoviendo una experiencia de seguridad que le ha permitido explorar el entorno y desarrollarse emocional y cognitivamente de manera adecuada.

– INSEGURO: Dentro de éste podemos encontrar:

*AMBIVALENTE: Se puede desarrollar en relaciones en las que tanto puede haber exceso como defecto de proximidad por parte de las figuras de apego, baja fiabilidad en las respuestas, dificultades en la sincronía emocional, poca capacidad de afecto positivo y relaciones establecidas desde la ansiedad y/o cansancio, por lo que el niño/a aprende a captar la atención de la figura de apego mediante comportamientos activos y demandantes.

*EVITATIVO: Se puede desarrollar en relaciones en las que ha existido poca capacidad de afecto por parte de las figuras cuidadoras, poca proximidad física y emocional o, en ocasiones excesiva, pero con escasa sintonía respecto a las necesidades del niño/a, tampoco ha existido adecuada regulación y asimilación de experiencias negativas, que ha motivado que el niño/a haya aprendido a regularse mediante supresión emocional.

  1. APEGO DESORGANIZADO:

Este estilo de apego provendrá de figuras temibles o temerosas, ausentes, negligentes, disociadas y/o con patología severa, frente a las cuales, el niño/a estará expuesto/a a la paradoja de vincularse amorosamente con cuidadores que son, a la vez, el origen de sus miedos. Provoca sintomatología de mayor gravedad porque el niño/a no sabe cómo interactuar con las figuras de amor y esto provoca que no pueda acercarse, pero tampoco huir, porque ello comprometería la propia supervivencia.

En este “miedo sin solución”, tal como lo acuñó Mary Main, el niño/a hará todo lo posible por estructurar y organizar el apego, lo cual le expondrá irremediablemente a la desorganización porque, a mayor estrés, mayor activación del sistema de apego que promoverá mayor búsqueda de refugio seguro, y ésta, mayor exposición al miedo, y, consecuentemente, mayor desorganización y predisposición a la enfermedad mental grave y al TEPTC (Hesse y Main, 1995, citado en Van der Kolk, 2015).

La desorganización cerebral y del apego forman parte del funcionamiento del TEPTC y se evidencian en narrativas desorganizadas, actitud de inseguridad, desconfianza y recelo, dificultades para recuperar recuerdos de la infancia, comportamientos disociados, discurso desconectado de emociones coherentes, impulsividad, dificultades de autorregulación emocional, comportamientos temerosos o temibles y funcionamientos con mucho control hasta que se activa el sistema de apego que reactiva la confusión (Liotti 2011, citado en Silberg, 2019).

Como hemos podido ver, el apego desempeña un papel crucial en el desarrollo humano y en la respuesta al trauma. Comprender cómo las experiencias tempranas de apego influyen en la formación de la personalidad y en la salud mental es fundamental para identificar y abordar eficazmente los efectos del trauma en las personas.


BIBLIOGRAFIA:

Bowlby, J. (2008). A Secure Base: Parent-Child Attachment and Healthy Human Development (Nueva York: Basic Books, 2008), 103.

Van der Kolk, B. (2015). El cuerpo lleva la cuenta: Cerebro, mente y cuerpo en la superación del trauma. Eleftheria.

Silberg, J. (2019) El niño superviviente. Curar el trauma del desarrollo y la disociación. Desclée De Brouwer.


Autoras:

Elena Hernández  (psicóloga colegiada 23300) en colaboración con Cristina Pallares (psicóloga colegiada 31962)

Una aproximación al Trastorno por Estrés Postraumático Complejo (TEPTC)

Cuando una persona vive un acontecimiento repentino e inesperado, imposible de manejar, que afecta a su integridad y como consecuencia la persona queda afectada psicológica y emocionalmente, hablamos de trauma.

Los estudios sobre el concepto de trauma son relativamente recientes, no surgieron en la literatura científica hasta el siglo XIX con el psicoanálisis. Pero fue con el estudio de los efectos que sufrían (no solo durante sino también posteriormente) los excombatientes de las guerras, como la de Vietnam, cuando adquirió relevancia.

Esos casos ayudaron a entender que el trauma hace referencia al desbordamiento de las capacidades de afrontamiento y proceso de desconexión del propio cuerpo que se producen en la persona frente a una situación terrible que ocurre en su entorno, provocando experiencias de completa indefensión y desesperanza.

A partir de ahí se definió el concepto de Trastorno de estrés postraumático (TEPT), y fue reconocido por los manuales de clasificación diagnóstica en 1980. Con el tiempo se dieron cuenta que este concepto tenía carencias, ya que no podía explicar mucha de la sintomatología que expresaban víctimas de procesos de traumatización sostenida en el tiempo e infligidos por figuras principales de apego.

Fue en 1991, cuando la psiquiatra Leonore Terr propuso distinguir 2 tipos de trauma en la infancia: el trauma Tipo 1 que consistía en un trauma repentino y único, y el trauma Tipo 2 que se caracterizaba por traumas múltiples y crónicos, con síntomas más graves y estables. Pero es la psiquiatra Judith Herman, en 1992, que va un poco más lejos y ya introduce los conceptos de Trauma complejo y Trastorno de estrés postraumático complejo (TEPTC), con la intención de diferenciarlos claramente del TEPT, muy vinculado a la sintomatología de los excombatientes de la guerra que hemos comentado antes.

En el caso del Trastorno por Estrés Postraumático Complejo (TEPTC), el proceso de traumatización se ha iniciado, principalmente, en edades tempranas, a partir de procesos de victimización sostenidos en el tiempo y ejercidos por figuras de apego principales, con las que la víctima ha mantenido una relación de confianza. El desarrollo de la personalidad en estos contextos traumáticos provoca un daño estructural en la víctima, condicionando sus patrones de funcionamiento, los cuales permanecerán en la sumisión, la acomodación y el colapso, incidiendo en el desarrollo de mecanismos de afrontamiento funcionales que le permitan escapar.

El desarrollo de los síntomas se vincula al nivel de desconexión que el cuerpo ha sufrido en el momento del/los sucesos/s traumático/s así como al nivel de energía de supervivencia (lucha o huida) que no fue utilizado cuando se enfrentó el terror a través de la parálisis (que es la respuesta biológica cuando la huida o la lucha no son, o no se perciben posibles, frente a la amenaza). Debido a que, en la respuesta de parálisis, los mecanismos fisiológicos de lucha y huida se han activado igualmente pero no se han puesto en funcionamiento, pueden quedar completamente operativos. Si esto ocurre, es decir, si el cerebro no ha encontrado la oportunidad de “encontrar una salida o una solución” a la situación de amenaza, la energía que ha activado quedará pendiente de utilizarse, dejando al cerebro desconectado de sí mismo y del entorno, buscando una solución a la vivencia no resuelta y provocando la sintomatología propia del TEPTC.

La diferencia entre el TEPT y el TEPTC se encuentra, por tanto, por la repetición del trauma relacional en el TEPTC, su inicio en edades tempranas, principalmente, la prolongación en el tiempo y la imposibilidad de escapar de él. No se trata sólo de haber estado expuesto/a a un “acontecimiento traumático” sino de vivir o haber vivido en un “contexto traumático”. Así, el daño sufrido no ha sido puntual sino estructural porque el medio, el entorno de confianza y de crianza ha sido el propio abuso. Se ha crecido o se ha permanecido en la traumatización misma, que se ha llegado a normalizar, sin poder tomar conciencia del abuso que se sufre, lo cual permitiría ponerle fin y validar la historia de dolor que se mantiene presente a nivel corporal y emocional.

Las causas más comunes que provocan traumatización de tipo complejo vendrán derivadas principalmente de experiencias de abuso sexual infantil sostenido en el tiempo, violencia doméstica prolongada, tortura, esclavitud, campañas de genocidio, procesos migratorios, etc.

Para poder explicar el desarrollo del TEPTC en cada caso, será importante tener en cuenta aquellos factores de riesgo que permitan explicar por qué las víctimas son más vulnerables de sufrir experiencias traumáticas y de no desarrollar adecuadas estrategias de autoprotección.

Los Factores de Riesgo más importantes a tener en cuenta son:

  1. Características del evento traumático. Existen tres aspectos principales susceptibles de agravar la sintomatología:
    • Percepción de la experiencia como muy negativa.
    • Sensación de falta de control sobre lo que está ocurriendo.
    • Carácter repentino e inesperado del evento.

A mayor intensidad, duración y frecuencia del/los evento/s traumático/s, más grave será la afectación. Los eventos traumáticos causados por el ser humano y, especialmente, si son intencionados y causados por figuras de confianza, en edades tempranas de las víctimas, tienen mayor probabilidad de generar trastorno que los acontecimientos que provienen de fenómenos de la naturaleza.

  1. Contexto situacional. La situación vital en que se encuentre la persona podrá constituir un factor de predisposición a asumir conductas de sumisión frente a situaciones o contextos traumáticos, debido a las necesidades que todo ser humano tiene de recibir protección y cobijo desde que nace. Esto ocurre especialmente cuando existen experiencias traumáticas previas, situación familiar conflictiva, separación de los progenitores, ausencia de apoyo percibido, problemas económicos o de salud importantes y/o amenaza percibida para la vida.
  2. Variables biológicas. Pueden suponer factores de vulnerabilidad frente al evento traumático, principalmente cuando exista algún tipo de discapacidad, psicopatología previa de la víctima o familiar y, en especial, en trastornos de personalidad y de conducta.
  3. Variables psicológicas. Como pueden ser los deficientes recursos psicológicos, baja autoestima, edades tempranas, baja calidad o dificultades en las relaciones afectivas, percepción de pérdida de control frente a situaciones que resultan amenazantes, sentimientos de culpa o vergüenza y/o una elevada intensidad de la respuesta emocional.

En el momento de la evaluación psicológica-forense será importante analizar los diversos factores de riesgo, situándolos cronológicamente en los diferentes momentos propios del proceso de traumatización: Durante la situación previa a la vivencia traumática, durante la exposición al evento, en el período inmediato posterior y durante el tiempo transcurrido hasta la evaluación.

Así pues, reconocer la complejidad del TEPTC y sus afectaciones nos brinda una perspectiva más completa para ofrecer, no solo un diagnóstico más específico, sino también intervenciones terapéuticas y de apoyo adecuadas.


BIBLIOGRAFIA:

  • Santos Ruiz, et al. (2020) 02. Manual CEDE de preparación PIR. Psicología Clínica. Volumen I. Centro documentación de estudios y oposiciones.
  • Terr, L.(1991). Traumas en la Infancia: Esquema y resumen. American Journal of Psychiatry. 148, 10-20.
  • Van der Kolk, B. (2015). El cuerpo lleva la cuenta: Cerebro, mente y cuerpo en la superación del trauma. Eleftheria

Autoras:

Elena Hernández  (psicóloga colegiada 23300) en colaboración con Cristina Pallares (psicóloga colegiada 31962)

Cambiando la Narrativa del Trauma: El rol de la Terapia EMDR

La vida nos enfrenta a situaciones complejas, algunas de las cuales pueden dejar huella en nuestra mente y emociones. Estas huellas, denominadas traumas, ya sean eventos únicos o persistentes, pueden afectar de forma significativa la salud mental y el bienestar emocional.

En los últimos tiempos, la investigación acerca del trauma y de sus intervenciones desde la psicología ha aumentado significativamente. Una de estas intervenciones que ha demostrado más eficacia es la Terapia de Desensibilización y Reprocesamiento por Movimientos Oculares (EMDR poner sus siglas en inglés).

En la década de 1980, la psicóloga Francine Shapiro (1948-2019), descubrió una conexión entre los movimientos oculares y los recuerdos  inquietantes persistentes. Fue a partir de aquí que se estudió y se desarrolló este fenómeno, lo que hoy en día conocemos, como la terapia EMDR.

La terapia EMDR está científicamente respaldada y es recomendada por la APA (Asociación Americana de Psicología), e incluso des de 2013 la OMS la recomienda como uno de los tratamientos indicados para los trastornos relacionados con el trauma, ya que ha mostrado tanta eficacia como la Terapia Cognitivo-Conductual, más extensamente conocida.

Los estudios respaldan su eficacia para el tratamiento del trastorno por estrés postraumático (TEPT), pero también en el tratamiento de los trastornos de ansiedad, la depresión y otras patologías. Además, puede usarse como una intervención puntual integrada en el proceso de psicoterapia, como una terapia adicional, o como un tratamiento en sí mismo.

La idea central de la terapia EMDR, es que el sistema nervioso tiene mecanismos para procesar e integrar todo lo que nos va sucediendo, pero en ocasiones, cuando estas experiencias son más intensas o complejas para la persona, el sistema se bloquea y el recuerdo permanece almacenado sin elaborar, es decir, genera las mismas percepciones, pensamientos, emociones y sensaciones en el presente.

Con la terapia EMDR se accede al recuerdo y se desbloquea para que el sistema nervioso pueda reanudar el proceso natural que se interrumpió, y así acabar de integrarlo. Para lograr esto se necesita una estimulación bilateral del cerebro, que se consigue a través de los movimientos oculares (que le ha dado el nombre a la terapia), o de otras formas como son los sonidos binaurales o el tapping.

Es importante comentar que esto solo constituye una parte del abordaje terapéutico con EMDR, la intervención es más compleja y extensa, ya que el/la terapeuta trabajará con el/la paciente para comprender las raíces del trauma y abordarlo de forma adecuada.

Las fases de la intervención con EMDR son:

  1. Historia clínica y plan de tratamiento: recopilación de información sobre la historia del paciente y desarrollo de un plan de tratamiento.
  2. Preparación: establecimiento de una relación terapéutica adecuada, plantear expectativas razonables, realizar psicoeducación y entrenamiento en técnicas de autocontrol.
  3. Valoración: identificación de los eventos traumáticos y las creencias asociadas.
  4. Desensibilización: lograr cambios en la experiencia sensorial relacionada con el trauma. Aquí es donde se realiza la estimulación cerebral bilateral.
  5. Instalación: incorporación de creencias positivas, reemplazando las negativas.
  6. Exploración corporal: lograr que sensaciones corporales residuales desaparezcan.
  7. Cierre: el paciente está en un estado emocional estable, tiene sensación de autocontrol y aprende a manejar situaciones perturbadoras.
  8. Reevaluación: revisión de los progresos. Se plantean nuevos objetivos y estrategias en los que se puedan apreciar los resultados de la intervención.

Cómo vemos, la terapia EMDR ofrece una perspectiva única y efectiva para abordar el impacto del trauma en la salud mental, ayudando a reprocesar las experiencias traumáticas y permitiendo la liberación emocional.

Finalmente, hay que recordar que antes de iniciar cualquier forma de terapia, es crucial consultar con un profesional de la salud mental para determinar el enfoque más adecuado para cada persona. En la terapia EMDR o en cualquier otra, es importante contar con profesionales formados y adecuadamente acreditados.

 

Para más información:

Asociación EMDR España –  https://www.emdr-es.org/


WEBGRAFÍA:

Asociación Americana de Psicología (2017). https://www.apa.org/ptsd-guideline/treatments/eye-movement-reprocessing
Organización Mundial de la Salud (2013). https://www.who.int/es/news/item/06-08-2013-who-releases-guidance-on-mental-health-care-after-trauma
Asociación EMDR España. Evidencia científica sobre EMDR – https://www.emdr-es.org/Sobre-EMDR/Investigaciones-que-avalan-el-EMDR-como-psicoterapia
Asociación EMDR España. Libros sobre EMDR – https://www.emdr-es.org/Tienda
Centro de terapia EMDR (2022). Vídeo sobre las fases de la terapia EMDR https://www.youtube.com/watch?v=3BgvSkz0rpk


Autoras:

Elena Hernández  (psicóloga colegiada 23300) en colaboración con Cristina Pallares (psicóloga colegiada 31962)

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